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EL ENGAÑO SATANICO PARTE 4.1 FALSAS DOCTRINAS

  • LA VERDAD EN YESHÚA
  • 18 jun 2019
  • 12 Min. de lectura

EL ENGAÑO SATANICO PARTE 4.1

FALSAS DOCTRINAS

¿Cómo puede distinguir usted entre la VERDAD y el error? YEHOSHÚA oró así por sus discípulos: "Santifícalos en tu VERDAD; TU PALABRA ES VERDAD" (Juan 17:17). Sí, la Palabra de Dios, la Biblia, ¡es la VERDAD! Sin embargo, Satanás puede embaucar incluso a las personas religiosas. No es raro que se presente como un "ángel de luz". Se vale de ministros falsos que parecen genuinos pero que en realidad son timadores fraudulentos.

¿Dónde encontramos las doctrinas o enseñanzas de Dios? dijo: "Conoceréis LA VERDAD, y LA VERDAD os hará libres" (Juan 8:32). La VERDAD se revela en la Biblia, pero tenemos que practicarla . En el versículo anterior, YEHOSHÚA dijo: "Si vosotros permaneciereis en MI PALABRA, seréis verdaderamente mis discípulos" (v. 31).

Ahora de una manera muy superficial vamos abordar algunas de LAS VERDADES enseñadas por YEHOSHÚA que son insustituibles:

La primera porción del Sermón del Monte es conocido como las Bienaventuranzas, lo cual significa “Las Bendiciones” pero también puede ser entendido como dándole a los creyentes sus “actitudes” – las actitudes en las cuales él debe de “estar.”

En las Bienaventuranzas, Jesús establece tanto la naturaleza y las aspiraciones de los ciudadanos de su reino. Ellos tienen y están aprendiendo estos rasgos de carácter.

Todos los rasgos de carácter son marcas y metas de todos los cristianos. No es como si pudiéramos hacer mayor exclusión unos de otros, como es el caso con los dones espirituales. No hay escapatoria de la responsabilidad para desear cada uno de estos atributos espirituales. Si tú conoces a alguien que dice ser cristiano pero no demuestra ni desea ninguno de estos rasgos, con justa razón puedes dudar de su salvación, porque no tienen el carácter de los ciudadanos del reino. Pero si ellos afirman haber dominado estos atributos, puedes cuestionar su honestidad.

Las bienaventuranzas son Verdades insustituibles y cualquier contraposición debe ser catalogada como falsedad.

Bienaventurados: YEHOSHÚA prometía bendiciones a sus discípulos, prometiendo que los pobres de espíritu son bienaventurados La idea detrás e la palabra griega antigua de bienaventurados es feliz, pero en el sentido verdadero, y piadoso de la palabra, no en el sentido moderno de estar meramente cómodo o entretenido en el momento.

Makarios entonces describe ese gozo el cual tiene un secreto dentro de sí mismo, ese gozo que es sereno, intocable y autónomo, ese gozo que es completamente independiente de todos los cambios y los cambios de la vida.” (Barclay)

No has fallado de notar que la última palabra del Antiguo Testamento es maldición,’ y eso sugiere que el sermón de apertura del ministerio de nuestro Señor comienza con la palabra 'Bienaventurado'.’” (Spurgeon)

ASI QUE LE SUGIERO LO QUE YA OTROS HAN SUGERIDO. SAQUE ESA PAGINA QUE DICE : NUEVO TESTAMENTO DE LA MITAD DE SU BIBLIA, YA QUE MATEO ES LA CONTINUACIÓN DE MALAQUIAS.

Nótese también, con deleite, que la bendición en todo caso se encuentra en tiempo presente, felicidad para ser disfrutada y deleitada ahora mismo.’” (Spurgeon)

POBREZA DE ESPIRITU:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). Esta es la primera de las ocho bienaventuranzas que nuestro Señor enseñó a sus discípulos en el conocido Sermón del Monte.

Ya que la palabra bienaventurado en griego significa dichoso o feliz, es importante establecer que las bienaventuranzas nos presentan un marcado contraste entre la felicidad según Dios y la felicidad según el mundo. Asimismo, el otro aspecto a considerar en el estudio de las bienaventuranzas es que estas nos presentan las diferencias entre un cristiano y un incrédulo. Es decir, son una descripción del carácter cristiano que inevitablemente contrasta con el carácter del mundo.

Ahora bien, para entender esta primera bienaventuranza, debemos descartar algunas ideas erróneas acerca de lo que significa pobre en espíritu. Y para eso, es necesario responder ¿Quién no es un pobre en espíritu?

Un pobre en espíritu no es alguien con baja estima ni una una persona callada e introvertida. Tampoco se refiere a las personas que sufren y ni las que son oprimidas, rechazadas y abusadas. Por qué todas estas situaciones también las experimentan los incrédulos y el Señor nunca alabaría al mundo por sus miserias.

La palabra pobre en griego se escribe ptojos y comunica la idea de mendigo, pordiosero y desamparado. Esta palabra denota una pobreza absoluta y pública. Con esto en mente y la distinción que hace nuestro Señor al decir “pobres en espíritu”, queda claro que no estamos hablando de una pobreza material o terrenal, sino una espiritual.

Entonces, ¿Quién es un pobre en espíritu?

Es una persona que reconoce su miseria espiritual en la presencia de Dios. Un pobre en espíritu es quien sabe que esta arruinado espiritualmente cuando estamos sin Dios. Es quien que está desprovisto de toda virtud y reconoce su pobreza total ante el Señor. El pastor John Mac Arthur al comentar este versículo dice “Se refiere a la profunda humildad de reconocer la absoluta bancarrota espiritual de si mismo, cuando estamos apartados de Dios”. Los pobres en espíritu exhiben una genuina humildad y están despojados de todo orgullo.

A partir de aquí entendemos que el pobre en espíritu no confía en si mismo, mas bien procura la gracia y la misericordia con desesperación. Esto contrasta con el espíritu del mundo que nos dice: Confía en ti. El pobre en espíritu tampoco se jacta de sus progresos ni de sus logros y al reconocer su bajeza, mira a los demás como superiores. Estos son los bienaventurados. Estos son dichosos.

Juan 15:1-8, “es la contraparte de Juan tratándose de la visión de Pablo – la iglesia como cuerpo de Cristo y de creyentes ‘en’ Cristo. Ambas son maneras de destacar la conexión vital que existe entre Cristo y los suyos… (No obstante), YEHOSHÚA no dice que la iglesia es la vid, sino que él es la vid. La iglesia no es más que las ramas que están ‘en’ la viña” (Morris, 593).

En 15:4-7, YEHOSHÚA deja claro que nuestra relación con ÉL – nuestro morar en ÉL – es la clave de ambos nuestro fruto y nuestro destino. El cristiano encuentra fuerza y propósito a través de su relación con Cristo. La persona débil se refuerza al ser entrelazada en LA VID DE CRISTO, y la persona fuerte se debilita cuando se separa de ella.

Estamos tentados a pensar de otra manera. Nuestra vida de oración se echa a un lado a favor de ocupaciones y tareas. Nuestros verdaderos valores se revelan a través de la manera en que establecemos nuestras prioridades – o de la manera en que dejamos que las prioridades se establezcan por si mismas. Para los clérigos, muchas cosas son Prioridad Número Uno. Debemos llevar a cabo alabanzas, bodas, y funerales – consolar a los que lamentan – visitar pacientes en hospitales – asistir reuniones concejales – supervisar nuestros trabajadores – aconsejar – enseñar clases de catecismo – contestar el teléfono – preparar el boletín – asistir actividades cívicas. También sabemos que debemos orar, pero la oración se pierde fácilmente entre las prisas. Esperamos que una rápida suplica por ayuda sea suficiente, pero YEHOSHÚA dice, “Estad en mí.”

También nos tientan otras lealtades. Sabemos que estar con Jesús es el centro de nuestro ministerio, pero también sabemos que lealtades a la denominación, a la confraternidad, y nuestra herencia teológica nos ayudan a avanzar. Es demasiado fácil hacer de ellos nuestro lugar para estar, pero YEHOSHÚA dice, “Estad en mí.”

YEHOSHÚA nos pide que obedezcamos sus mandamientos (v. 10), por eso, obediencia ha de ser uno de los frutos.

Un creyente es renacido por el Espíritu de Dios. Y luego el Espíritu mora en el creyente. Y el Espíritu Santo hace otra cosa: también bautiza o une a cada creyente en el cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Todo pámpano en Mí, dijo el Señor. Ahora, señalamos que este pasaje fue dirigido a creyentes. YEHOSHÚA no estaba hablando en cuanto a cómo una persona se salva. La verdad es que en este pasaje, no hablaba de la salvación. Estaba hablando sobre llevar fruto.

Notamos que la palabra fruto, se menciona seis veces en los primeros diez versículos de este capítulo 15. Y al continuar nuestro estudio, notaremos que hay tres niveles de producción de fruto: fruto, más fruto, y mucho fruto. Así que el Tema aquí, evidentemente, es el de llevar fruto. El Señor dijo: "todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará". Ahora, ¿de dónde lo quitará? Lo quitará del lugar o de la posibilidad de llevar fruto. Y nos referimos ahora al versículo 6, para explicar esto. En el versículo 6, el Señor dijo:

"El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, los echan en el fuego y arden."

Ahora, notamos que podría surgir la posibilidad de que alguien pensara que le fuera posible a uno, perder la salvación. Pero recordamos que este pasaje no está hablando en cuanto a la salvación, sino en cuanto a la producción de fruto, que es el resultado de la salvación. Luego hemos considerado cuál era ese fruto. Y dijimos que no creíamos que el fruto aquí, fuera el de ganar almas, como lo creen tantas personas. Creemos que eso es más bien, un resultado del fruto, pero no es el fruto mismo. El Señor se refirió más bien, al fruto del Espíritu. El apóstol Pablo, hablando en cuanto a esto dijo en su carta a los Gálatas 5:22 y 23: "Mas el fruto del Espíritu, es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza". Éste es el fruto en la vida del creyente.

permanecer unidos a Cristo produce una oración eficaz, un fruto perpetuo y una alegría celestial, como explican los versículos 7, 8 y 11. Ahora, éstos son los frutos que se mencionan aquí, y hemos leído los que fueron mencionados por Pablo, como el fruto del Espíritu. Ahora, si una persona tiene tal fruto en su vida, estará llevando a muchos hombres a la presencia de Dios, mediante el testimonio elocuente de su misma vida. Eso, por supuesto, hace que el ganar almas, sea una consecuencia del fruto. "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, dice el Señor, lo quitará". Él quiere que llevemos fruto en nuestras vidas. Si un pámpano no lleva fruto, ¿cómo lo quitará? Una de las maneras de quitarlo, es quitando a tal persona del lugar en que pueda llevar fruto. Conocemos a muchos que han sido apartados hoy en día, de diversos ministerios, porque ya no eran efectivos para Dios. El quitar tal pámpano, no significa que éste pierde la salvación, sino que es apartado del lugar en que puede llevar fruto.

Llevar el fruto del Espíritu no es opcional en la vida cristiana. Llevar fruto es el resultado de la obediencia a la Palabra de Dios y a las indicaciones del Espíritu Santo.

Entonces, ¿cómo puedo llevar fruto? El fruto del ESPÍRITU solo puede manifestarse en mí por el poder del Espíritu. Ningún tipo de esfuerzo propio dará frutos espirituales. Requiere una entrega total de mi voluntad propia a Dios para que pueda obedecer las palabras de YEHOSHÚA en las situaciones cotidianas de la vida, de tal manera que el fruto del ESPÍRITU pueda brotar de mí en lugar de mi propia naturaleza.

Cuando mi propia naturaleza es doblegada, reconociendo que es incapaz de alcanzar bienes espirituales, estoy manifestando mi pobreza de espíritu.

Muchos creyentes encuentran dificultades en su vida cotidiana porque no tienen una idea clara de las enseñanzas bíblicas acerca de los caracteres y maniobras de esas dos naturalezas que coexisten en ellos. Les asalta toda clase de sentimientos contradictorios. No obstante, Santiago pregunta: “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” (3:11). Pero esos creyentes parecen acomodarse a semejante mezcla, pues sus pensamientos, sus palabras y sus actos muestran una confusión total entre lo verdadero y lo falso.

El punto de partida de la liberación consiste en captar por la fe que hay dos naturalezas en nosotros: la nueva y la vieja. La primera es fuente de todo deseo conforme a la voluntad de Dios, mientras que de la segunda sólo procede el mal.

En su conversación con Nicodemo, el Señor Jesús insiste en la necesidad del nuevo nacimiento. Es necesario “nacer de nuevo”, “nacer de agua y del Espíritu”. Y añade: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Meditemos con seriedad en esas solemnes palabras.

En primer lugar, hacen resaltar la existencia de dos naturalezas, que se caracterizan por sus respectivos orígenes. “Carne” es el nombre de la primera, pues procede de la carne; el nombre de la segunda es “la vida en el Espíritu”, pues procede del Espíritu Santo de Dios.

Por lo tanto, es correcto llamar “carne” a la vieja naturaleza que heredamos de Adán, cabeza de la raza humana, desde que nacemos; “vida en el Espiritu “es la nueva naturaleza que poseemos desde nuestro nuevo nacimiento, al ser nacidos del Espíritu.

La primera consecuencia de este hecho fue que se creó un inevitable antagonismo entre la nueva naturaleza y la vieja. Ambas tienden a dominar en nosotros, pero en sentidos opuestos. Este doloroso conflicto entre el bien y el mal subsistirá hasta que aprendamos de qué modo somos librados del poder de la carne en nosotros.

Romanos 7 describe esta penosa experiencia. Leámoslo atentamente, en especial la porción comprendida entre el versículo 14 y el final del capítulo, y sigamos nuestra lectura hasta el versículo 4 del capítulo 8. ¿No hallamos aquí un conjunto de declaraciones que se refieren a nuestras propias experiencias?

Quien habla en este capítulo 7 expresa una certidumbre de la mayor importancia: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (v. 18). La carne es, pues, completa e irremediablemente mala y, si Dios nos deja forcejear en el pantano de nuestras amargas experiencias, es para que aprendamos esa lección. “La carne para nada aprovecha” dijo el Señor (Juan 6:63), verdad confirmada por Romanos 8:8: “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”. De la carne sólo puede venir algo malo: es algo automático que desespera al creyente que todavía no ha aprendido esa lección y no conoce los recursos que hay a su disposición para andar conforme al Espíritu.

Uno puede dejar la carne abandonada y renunciar a educarla. En ese caso se la considera grosera, salvaje. Pero también puede ser civilizada y muy cultivada. Entonces se halla refrenada, educada, cristianizada, pero sigue siendo carne; pues “lo que es nacido de la carne, carne es”, independientemente de todas las presiones a las que se intente someterla. En ella —cualquiera que sea el grado de refinamiento aparente— no mora el bien.

¿Qué hay que hacer, pues, con tal naturaleza, sede y exutorio del pecado? Responderemos a esa pregunta con la ayuda de otra: ¿Qué hizo Dios con la carne? ¿Qué remedio propone?

Romanos 8:3 declara al respecto: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”.

Desde el principio, la ley condenaba a la carne y a sus obras, pero no daba fuerza alguna para librarnos de su poder. Sin embargo, lo que era imposible para la ley, Dios lo hizo posible. En la cruz de Cristo, juzgó a la carne, “condenó al pecado en la carne”. La juzgó desde su raíz y en su esencia.

Romanos 8:4 muestra los resultados prácticos de esa condenación, porque el creyente no anda ya “conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Hemos recibido el Espíritu Santo como poder del nuevo hombre. Si andamos conforme al Espíritu, cumplimos las justas exigencias de la ley, aunque ya no estemos sometidos a ella como regla de conducta.

Dios condenó de este modo a la carne —la vieja naturaleza— en la cruz de Cristo. ¿Cuál será, pues, nuestra conducta con respecto a dicha naturaleza? Podemos aceptar con agradecimiento lo que Dios hizo y tratarla como habiendo sido ya condenada. El apóstol Pablo llama nuestra atención al respecto cuando dice: “Nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en YEHOSHÚA, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3).

Al leer ese versículo que comienza con las palabras: “nosotros somos”, tal vez nos sintamos tentados a decir: «¿Somos verdaderamente?» ¿Soy yo tan realmente consciente del verdadero carácter de la carne —en ella no mora ningún bien y Dios la condenó en la cruz— que de verdad no confío en ella, siquiera en su aspecto más atractivo? Sin duda, ese es el punto crucial, el mayor obstáculo. No se llega a este punto sin pena. Uno pasa por sucesivas experiencias dolorosas, humillantes derrotas, pues la carne no se deja dominar sino que, una y otra vez, rompe los lazos, fruto de esfuerzos piadosos, con los que se pretende dominarla. Pero cuando uno ha comprendido el verdadero carácter de la carne y el juicio de Dios sobre ella, entonces la meta es alcanzada y el combate ha terminado en lo que toca a comprender la verdadera posición cristiana.

En cuanto dejamos de tener confianza en la carne y comprendemos que fue condenada definitivamente por Dios en Cristo, su poder queda anulado. Entonces desviamos la mirada de nosotros mismos y de nuestros propios esfuerzos para ponerla en nuestro Libertador, el Señor YEHOSHÚA, que tomó posesión de nuestro ser por su Espíritu. Éste es el poder de nuestra vida y de nuestro andar cristiano. No sólo anula la acción de la vieja naturaleza (léase Gálatas 5:16) sino que fortalece, desarrolla y dirige la nueva (Romanos 8:2, 4-5, 10).

No olvidemos que la nueva naturaleza no tiene poder alguno en sí misma. Romanos 7 lo confirma. Es cierto que aspira a todo lo que es bueno y hermoso, en una palabra, a todo lo que es conforme a la voluntad de Dios. Pero el poder necesario para cumplirlo no radica sino en someterse a Cristo y al Espíritu. Este andar por el Espíritu se halla condicionado a una adhesión sincera y profundamente sentida al juicio que Dios pronunció contra la vieja naturaleza en la cruz de Cristo.

De todo esto podemos entender, como la pobreza de espíritu se convierte en una bienaventuranza ya que da paso A EXPERIMENTAR una de las experiencias mas sublimes como lo es la dirección del ESPIRITU SANTO y su manifestación en nuestras vidas. A eso hay que añadir que facilita la obediencia a lo enseñado por YEHOSHÚA, y su manifestación en nuestras vidas. Además de que tanto EL como EL PADRE prometen cenar con nosotros.

La pobreza de espíritu es una VERDAD insustituible, toda enseñanza dirigida a confiar en nuestra capacidad para obtener bienes espirituales es FALSA y por consiguiente un engaño satánico.

NOS VEMOS EN EL PREÁMBULO DE LAS BODAS DEL CORDERO, VESTIDOS DE LINO FINO RESPLANDECIENTE….

 
 
 

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