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EL ENGAÑO SATÀNICO 4.6. 4 FALSAS DOCTRINAS BIENAVENTURADOS LOS DE LIMPIO CORAZON.

  • LA VERDAD EN YESHÚA
  • 26 jul 2019
  • 14 Min. de lectura

EL ENGAÑO SATÀNICO 4.6. 4

FALSAS DOCTRINAS

BIENAVENTURADOS LOS DE LIMPIO CORAZON.

TOMEMOS LAS SIGUIENTES PALABRAS DE CHARLES SPURGEON

“Lo mismo puede decirse con relación a la verdad espiritual y a la verdad moral. Frecuentemente nos encontramos con personas que dicen que no pueden entender el Evangelio de Cristo. En el fondo, en nueve casos de cada diez, yo creo que su pecado es el que les impide entenderlo.

Por ejemplo, el domingo pasado por la noche, intenté predicarles sobre las reclamaciones de Dios, y procuré mostrarles el derecho que tiene sobre nosotros; tal vez hubo algunos oyentes que se dijeran: "nosotros no reconocemos los derechos de Dios sobre nosotros." Si cualquiera de ustedes habla así, es porque su corazón no es recto a los ojos de Dios; pues si fuesen capaces de juzgar rectamente, verían que Dios tiene los más elevados derechos del mundo sobre Sus criaturas, y estarían prestos a decir: "yo reconozco que quien me ha creado tiene el derecho de gobernarme, que Él es Dios y Señor y el más grandioso y el mejor, y que debe ser el Legislador infaliblemente sabio y justo, siempre benévolo y bueno."

Cuando los hombres dicen en la práctica: "no engañaremos ni robaremos a nuestros semejantes; pero, en cuanto a Dios, ¿qué importa cómo lo tratemos?", la razón de su comentario es que son injustos de corazón, y su así llamada justicia con sus semejantes sólo se debe a que su lema es "la honestidad es la mejor política"; y realmente no tienen un corazón limpio, pues de lo contrario admitirían de inmediato los justos reclamos del Altísimo.

La grandiosa doctrina central de la expiación no puede ser apreciada plenamente mientras el corazón no sea rectificado. Probablemente han escuchado a menudo comentarios tales como estos: "no entiendo por qué deba haber una propiciación a Dios por el pecado. ¿Por qué no puede perdonar la transgresión de una vez, y acabar con ella? ¿Qué necesidad hay de un sacrificio sustitutivo?"

¡Ah, amigo!, si hubieras sentido alguna vez el peso del pecado sobre tu conciencia, si hubieras aprendido a detestar el simple pensamiento del mal, si se te hubiera quebrantado el corazón por haber sido terriblemente manchado por el pecado, sentirías que la expiación no solamente es requerida por Dios, sino que también es requerida por tu propio sentido de la justicia; y en vez de rebelarte contra la doctrina de un sacrificio vicario, le abrirías tu corazón, y clamarías: "eso es precisamente lo que yo necesito."

Las personas de corazón más limpio que hayan vivido jamás son aquellas que se han regocijado al ver la justicia de Dios vindicada y engrandecida por la muerte de Cristo en la cruz como el Sustituto por todos los que creen en Él, de tal forma que mientras la misericordia de Dios es exhibida en incomparable majestad, sienten la más intensa satisfacción de que pueda haber un camino de reconciliación por medio del cual cada atributo de Dios derive honor y gloria, y, con todo, los pobres pecadores perdidos puedan ser izados a la elevada y honorable posición de hijos de Dios. Los de limpio corazón no ven ninguna dificultad en la expiación; todas las dificultades concernientes a la expiación surgen de la falta de limpieza en el corazón.

Puede decirse lo mismo de la igualmente importante verdad de la regeneración. Los de corazón impuro no ven ninguna necesidad de nacer de nuevo. Dicen: "admitimos que no somos todo lo que deberíamos ser, pero podríamos ser rectificados con facilidad. En cuanto al tema de una nueva creación, no vemos su necesidad. Hemos cometido algunos cuantos errores, que serán corregidos mediante la experiencia; y ha habido algunos yerros en la vida que confiamos que puedan ser condonados mediante la vigilancia y el cuidado futuros."

Pero si el corazón no regenerado fuese limpio, vería que su naturaleza fue mala desde el principio; y se daría cuenta de que los pensamientos del mal surgen tan naturalmente en nosotros como las chispas brotan del fuego, y sentiría que sería algo terrible que una naturaleza así permaneciera sin ser cambiada. Vería dentro de su corazón celos, asesinatos, rebeliones, y males de todo tipo, y su corazón clamaría para ser liberado de sí mismo; pero precisamente debido a que su corazón es impuro, no ve su propia impureza, y no confiesa, ni lo haría en el futuro, su necesidad de ser hecho una nueva criatura en Cristo Jesús.

Pero en cuanto a ustedes que son de limpio corazón, ¿qué piensan ahora de su vieja naturaleza? ¿Acaso no es una carga pesada que continuamente soportan sobre ustedes? ¿Acaso no es la peste de su propio corazón la peor plaga que existe bajo el cielo? ¿Acaso no sienten que la propia tendencia a pecar es un constante dolor para ustedes, y que, si pudieran librarse completamente de ella, su cielo ya habría comenzado aquí abajo? Así que son los de limpio corazón los que ven la doctrina de la regeneración, y quienes no la ven, no la ven porque son de impuro corazón.

Una observación semejante es válida en lo concerniente al glorioso carácter de nuestro bendito Dios y Señor Jesucristo. ¿Quién lo ha criticado sino los hombres que tienen ojos de murciélago? Ha habido hombres inconversos que han tropezado por la belleza y la pureza de la vida de Cristo, pero los de limpio corazón están enamorados de ella. Sienten que es más que una vida humana, que es divina, y que Dios mismo es revelado en la persona de Jesucristo Su Hijo.

Si alguien no ve que el Señor Jesucristo es superlativamente codiciable, es porque él mismo no es de limpio corazón; pues, si lo fuera, reconocería en Él el espejo de toda perfección, y se regocijaría al darle reverencia. Pero, ¡ay!, todavía es cierto que, lo mismo que sucede con los asuntos morales, así también ocurre con lo espiritual, y debido a eso las grandes verdades del Evangelio no pueden ser percibidas por quienes son de corazón impuro.

Hay una forma de impureza que, más allá de las demás, pareciera cegar el ojo a la verdad espiritual, y es la duplicidad de corazón. Un hombre que es cándido, honesto, sincero, y semejante a un niño, es el hombre que entra en el reino del cielo cuando su puerta se abre para él. Las cosas del reino están escondidas para el que es insidioso y solapado, pero son claramente reveladas a los bebés en la gracia, a los de sencillo corazón, a la gente transparente que lleva su corazón al descubierto.

Es absolutamente cierto que el hipócrita no verá nunca a Dios mientras se mantenga en su hipocresía. De hecho, es tan ciego que no puede ver nada, y ciertamente no puede verse a sí mismo como realmente es a los ojos de Dios. El hombre que está muy satisfecho con el nombre de cristiano pero que no lleva la vida de un cristiano, no verá nunca a Dios mientras sus ojos no sean abiertos divinamente. ¿Qué les importa a otros cuál es su opinión sobre cualquier tema? No nos debería de importar recibir alabanzas del hombre que es insidioso, y que es prácticamente un mentiroso; pues, mientras es una cosa en su corazón, se esfuerza por pasar por otra cosa en su vida.

Tampoco el formalismo verá a Dios alguna vez, pues el formalismo siempre mira a la cáscara, y no se adentra nunca en la semilla. El formalismo lame el hueso pero no llega nunca a la médula. Se apertrecha de ceremonias, mayormente inventadas por él; y cuando ha participado en ellas, se halaga diciendo que todo está bien, aunque su propio corazón codicia el pecado. La casa de la viuda está siendo devorada incluso en el preciso momento en que el fariseo eleva largas oraciones en la sinagoga o en las esquinas de las calles. Un hombre así no puede ver a Dios.

Hay un tipo de lectura de las Escrituras que no conducirá nunca al hombre a ver a Dios. Abre la Biblia, no para ver lo que está allí, sino para ver lo que pueda encontrar para apoyar sus propios puntos de vista y sus opiniones. Si no encuentra allí los textos que necesita, torcerá los que encuentre parecidos hasta que, de una manera o de otra, los ponga de su lado; pero sólo creerá aquello que concuerde con sus propias nociones preconcebidas. Le gustaría moldear la Biblia como si fuese una masa de cera, para darle la forma que quisiera; por eso, naturalmente, no puede ver la verdad, y no quiere verla.

El hombre taimado no verá a Dios nunca. No temo tanto a ningún hombre como al hombre astuto, al hombre cuya estrella que lo guía es la "política". He visto a rudos marineros convertidos a Dios, y a blasfemos, y a rameras, y a grandes pecadores de casi todos los tipos llevados al Salvador, y salvados por Su gracia; y con mucha frecuencia han contado la verdad honesta acerca de sus pecados, y han contado sin tapujos esa triste verdad de una manera franca; y cuando han sido convertidos, he pensado a menudo que eran como la buena tierra de la cual habló nuestro Salvador, con un corazón honesto y bueno a pesar de toda su maldad.

Pero en cuanto a los hombres de naturaleza de sierpe, que cuando ustedes les hablan acerca de la VERDAD les responden: "sí, sí," pero que no quieren decir sí para nada; los hombres que no son confiables nunca, el señor Meloso, y el señor Ecléctico, y el señor Designio Secreto, y el señor Cortés, y toda esa clase de personas, Dios mismo no pareciera hacer otra cosa que dejarlos tranquilos; y, hasta donde alcanza mi observación, Su gracia pareciera venir raramente a estas personas vacilantes, que son inestables en todos sus caminos. Estas son las personas que no ven nunca a Dios.

Un notable escritor ha observado que nuestro Señor probablemente aludía a este hecho en este versículo de nuestro texto. En los países orientales, el rey es visto raramente. Vive en un aislamiento, y es un asunto sumamente difícil lograr una entrevista con él; y se requiere de todo tipo de tramas, y de planes y de intrigas, y tal vez del uso de influencias tras bastidores, y de esa manera, un hombre puede lograr al fin ver al rey.

Pero Jesucristo dice, en efecto, "esa no es la manera de ver a Dios". No, nunca nadie se acerca a Él mediante astucia, o por medio de tramas y planes y artificios; pero el hombre sincero, que se acerca humildemente a Él, tal como es, y dice: "mi Dios, yo deseo verte; yo soy culpable, y confieso mi pecado, y te pido, por Tu amado Hijo, que perdones mi pecado," ese es el que verá a Dios.

Yo creo que hay algunos cristianos que jamás ven a Dios tan bien como otros lo ven; me refiero a hermanos que, debido a su constitución natural, parecen ser naturalmente de un espíritu que todo lo pone en duda. Generalmente se quedan sorprendidos por algún punto doctrinal o por otro, y su tiempo es consumido principalmente en dar respuestas a objeciones y en la eliminación de dudas.

Tal vez alguna pobre mujer aldeana, que se sienta junto al pasillo, y no sabe nada más, como dice Cowper, excepto que su Biblia es verdadera, y que Dios guarda siempre Sus promesas, ve mucho más de Dios que el hermano erudito y analítico que se agobia a sí mismo con cuestiones insensatas y estériles.

Recuerdo haberles comentado la historia de un ministro, que, en una visita a una mujer enferma, deseaba dejarle un texto para que lo meditara privadamente. Así que, abriendo la vieja Biblia de ella, buscó un cierto pasaje, y cuando lo encontró vio que ella lo había marcado con la letra P. "¿Qué significa esa P, hermana mía?", le preguntó. "Eso significa precioso, señor. He experimentado que ese texto ha sido muy precioso para mi alma en más de una ocasión especial." Entonces el ministro buscó otra promesa, y junto a ella encontró el margen marcado con una P y una C. "¿Y qué significan estas letras, mi buena hermana?" Quieren decir probada y comprobada, señor; pues yo probé esa promesa en mi mayor turbación, y me demostró ser verdadera, y entonces puse esa marca junto a ella, para que la próxima vez que estuviera en problemas, pudiera tener la seguridad de que la promesa es verdadera todavía.

La Biblia está anotada por todos lados con esas letras P y C por una generación tras otra de creyentes, que han probado las promesas de Dios, y han comprobado que son verdaderas. ¡Que ustedes y yo, amados, estemos entre aquellos que han probado y comprobado de esta manera este precioso Libro!”

“LA LIMPIEZA DEL CORAZÓN NOS DA LA ADMISIÓN A UN ESPECTÁCULO SUMAMENTE GLORIOSO: "Los de limpio corazón verán a Dios."

¿Qué quiere decir eso? Significa muchas cosas; mencionaré brevemente algunas de ellas. Primero, el hombre cuyo corazón es limpio, es capaz de ver a Dios en la naturaleza. Cuando su corazón es limpio, oirá los pasos de Dios en todas partes en el huerto de la tierra, al aire del día. Oirá la voz de Dios en la tempestad, resonando de trueno en trueno desde los picos de las montañas.

Contemplará al Señor caminando sobre las grandes y potentes aguas, o lo verá en cada hoja que tiembla por la brisa. Una vez que el corazón es limpiado, puede ver a Dios en todas partes. Un corazón impuro no ve a Dios en ningún lado; pero un corazón limpio ve a Dios en todas partes, en las más profundas cuevas del mar, y en el desierto solitario, y en cada estrella que adorna la frente de la medianoche.

Además, los de limpio corazón ven a Dios en las Escrituras. Las mentes impuras no pueden ver ningún vestigio de Dios en ellas; más bien, ven razones para dudar si Pablo escribió la Epístola a los Hebreos, o tienen dudas de que el Evangelio según Juan pertenezca al canon, y eso es casi todo lo que pueden ver jamás en la Biblia; pero los de limpio corazón ven a Dios en cada página de este Libro bendito.

Cuando lo leen devotamente y en espíritu de oración, bendicen al Señor porque se ha agradado en revelarse a ellos gratuitamente por Su Espíritu, y porque les ha dado la oportunidad y el deseo de gozar de la revelación de Su santa voluntad.

Junto a eso, los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia. Los de corazón impuro no pueden verle allí del todo. Para ellos, la Iglesia de Dios no es sino un conglomerado de grupos divididos; y mirándolos, no ven otra cosa que faltas, y fracasos e imperfecciones. Debemos recordar siempre que cada persona ve de conformidad a su propia naturaleza. Cuando el buitre se remonta al cielo, ve la carroña donde esté; y cuando la paloma de alas plateadas vuela al azur, ve el trigo escogido allí donde esté. El león ve su presa en el bosque y el cordero ve su alimento en las fértiles praderas. Los de sucio corazón ven poco o nada de bien en el pueblo de Dios, pero los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia, y se gozan cuando se reúne allí con ellos.

Pero ver a Dios significa mucho más que percibir Sus huellas en la naturaleza, en las Escrituras, y en Su Iglesia; significa que los de limpio corazón comienzan a discernir algo del verdadero carácter de Dios. Cualquiera que se viera atrapado en una tormenta eléctrica, y que oyera el estruendo de los truenos, y viera todos los estragos provocados por los relámpagos y rayos, percibiría que Dios es poderoso. Si no es tan insensato como para ser un ateo, diría: "¡Cuán terrible es este Dios del relámpago y del trueno!"

Pero percibir que Dios es eternamente justo y sin embargo infinitamente tierno, y que Él es severamente estricto y sin embargo inmensurablemente abundante en gracia, y ver los diversos atributos de la Deidad, todos combinándose entre sí como los colores del arcoíris, conformando un todo armonioso y bello, esto está reservado para el hombre cuyos ojos han sido lavados primero en la sangre de Jesús, y que luego ha sido ungido con el colirio celestial por el Espíritu Santo.

Únicamente ese hombre es el que ve que Dios es plenamente bueno siempre, y el que le admira bajo todos los aspectos, al ver que todos Sus atributos están hermosamente mezclados y balanceados, y que cada uno derrama un esplendor adicional sobre todos los demás. Los de limpio corazón verán a Dios en ese sentido, pues apreciarán Sus atributos y entenderán Su carácter como los impíos nunca podrían hacerlo.

Pero, además, serán admitidos a la comunión con Él. Cuando oigas a algunas personas que dicen que no hay Dios, y que no hay cosas espirituales, ni cosas semejantes, no debes preocuparte del todo por lo que digan, pues no se encuentran en una posición que les autorice a hablar sobre ese asunto. Por ejemplo, un hombre impío afirma: "no creo que exista Dios, pues no lo he visto nunca." No dudo de la verdad de lo que dices; pero cuando te digo que lo he visto, no tienes un mayor derecho de dudar de mi palabra, del que yo tengo de dudar de la tuya.

Hay una gran cantidad de personas que podrían decir: "estamos conscientes de cosas espirituales. Hemos sido movidos, por la presencia de Dios entre nosotros, y nos hemos postrado, y hemos seguido adelante, y hemos sido abatidos, y luego hemos sido elevados al gozo, y a la felicidad, y a la paz; y nuestras experiencias son fenómenos verdaderos, al menos lo son para nosotros, como cualesquiera otros fenómenos bajo el cielo; y no nos van a despojar de nuestras creencias, porque están apoyadas por innumerables experiencias indudables."

"El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente." "Pero no existe un lugar secreto así," dirá alguno, ni "tampoco tal sombra." ¿Cómo sabes eso? Si otra persona viniera, y dijera: "¡ah!, pero yo habito en ese lugar secreto, y moro bajo esa sombra," ¿qué le responderías? Podrías llamarlo un insensato si quisieras, pero eso no prueba que sea un insensato; aunque tal vez él podría demostrar que tú eres un insensato, pues él es un hombre tan honesto como lo eres tú, y tan digno de que se le crea como a ti.

Hace algunos años, un abogado en los Estados Unidos asistió a una reunión de carácter religioso, donde escuchó a casi una docena de personas que relataban su experiencia cristiana. Él se sentó, lápiz en mano, y escribió su evidencia tal como la dieron. Al final, se dijo: "si tuviera un caso en la corte, me gustaría que estas personas se sentaran en la silla de los testigos, pues pienso que si tuviera su evidencia de mi lado, ganaría el caso." Después pensó: "bien, he ridiculizado a estos individuos como fanáticos, y, sin embargo, me gustaría contar con su evidencia en la corte sobre otros asuntos. No tienen nada que ganar con lo que han estado diciendo, por lo que debería creer que lo que han dicho, es cierto"; y el abogado fue lo suficientemente sencillo, o más bien, lo suficientemente sabio y lo suficientemente limpio de corazón para analizar el asunto correctamente, y de esta manera, él también llegó a ver la verdad, y a ver a Dios.

Muchos de nosotros podríamos testificar, si este fuera el tiempo de hacerlo, que existe tal cosa como la comunión con Dios incluso aquí en la tierra, pero los hombres pueden disfrutarla únicamente en la medida en que renuncien a su amor al pecado. No pueden hablar con Dios después de haber estado hablando la inmundicia. No pueden conversar con Dios, como un hombre conversaría con su amigo, si están acostumbrados a reunirse con sus buenos compañeros en las cantinas, y deleitarse con los impíos que se reúnen allí.

Los de limpio corazón pueden ver a Dios, y en efecto lo ven; no con los ojos naturales, -y lejos de nosotros sea una idea carnal como esa-, sino que, con sus ojos espirituales internos ven al grandioso Dios que es Espíritu, y tienen una comunión espiritual pero muy real con el Altísimo.

La expresión, "Ellos verán a Dios", podría significar algo más. Como ya he dicho, los que veían a los monarcas orientales eran considerados generalmente como personas altamente privilegiadas. Había ciertos ministros de estado que tenían el derecho de entrar y ver al rey siempre que decidieran hacerlo, y los de limpio corazón gozan precisamente de un derecho semejante, recibido para entrar y ver a su Rey en todo momento. En Cristo Jesús tienen el valor y la autorización para acercarse al trono de la gracia celestial con confianza.

Siendo limpiados por la sangre preciosa de Jesús, se han convertido en los ministros, esto es, en los siervos de Dios, y Él los emplea como Sus embajadores, y los envía con Sus elevados y honorables encargos, y ellos pueden verlo siempre que Sus asuntos les conduzcan a la necesidad de una audiencia con Él.

Y, por último, llegará el tiempo cuando aquellos que han visto así a Dios en la tierra, le verán cara a cara en el cielo. ¡Oh, el esplendor de esa visión! Es inútil que intente hablar de ella. Posiblemente dentro de una semana, algunos de nosotros sabremos más acerca de ella que todo lo que los teólogos de la tierra pudieran decirnos. No es sino un fino velo el que nos separa del mundo de gloria; puede ser rasgado en dos en cualquier momento, y entonces, de inmediato:

"Lejos de un mundo de dolor y pecado, Con Dios eternamente unidos. . .

los de limpio corazón entenderán plenamente lo que significa ver a Dios. ¡Que esa sea su porción, y la mía también, por siempre y para siempre!

CONTINUA……..

NOS VEMOS EN EL PREÀMBULO DE LAS BODAS DEL CORDERO VESTIDOS DE LINO FINO RESPLANDECIENTE……

 
 
 

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